sábado, 20 de octubre de 2018

Signo/Significado/Significante (Según Jacques Derrida)

El signo y la diferencia

Contrariando un punto de vista tradicional, Derrida mantiene que la diferencia y la ausencia son condiciones necesarias para que exista el signo. No puede darse el fenómeno de la significación, en efecto, si la unidad y la presencia no sufren menoscabo alguno. Por un lado, un orden diferencial ha de interponerse entre el significante y el significado Por otro lado, es preciso que el significado se encuentre propiamente ausente. Por lo tanto la condición real es que la presencia del significado resulte mínimamente diferida. A Derrida le parece obvio que significante y significado coincidirían si no sobreviniera una diferencia providencial. De la misma manera constata que de no ocurrir la ausencia -o al menos la "presencia diferida"- del significado no podría tener lugar significación alguna. En ambos casos dejaría de haber signo porque sin diferencia y sin ausencia sí que habría unidad. Pero si bien el signo jamás puede ser una unidad, en opinión de Derrida tampoco se le puede considerar como una diferencia perfecta de significante y significado. En realidad sucede que ni la diferencia entre ambos, ni la ausencia -o en todo caso la presencia "diferida"- del significado, se presentan jamás en estado puro. Este fenómeno es explicable porque ni uno ni otro puede ser una realidad única. Siempre han de sobrevenir juntos, y por eso significante y significado persisten a lo largo del tiempo. Su obligada asociación, claro está, repercute materialmente sobre ambos. Puede decirse que la presencia de cada uno "marca" el otro y viceversa. Así se produce en ambos, por consiguiente, la célebre " trace "[iii] derridiana. Pero gracias a este marcaje recíproco, en el seno de las prácticas significativas habituales los significantes designan los significados. Es obvio que de no sobrevenir esta mutua entalladura la significación sería de nuevo imposible. De modo que tanto el significante como el significado han de ser impuros a la fuerza, y en consecuencia ni la unidad ni la diferencia del signo jamás podrán ser perfectas. Derrida constata, en suma, que las palabras adquieren sentido a partir de los conceptos y éstos de las palabras, porque tanto palabras como conceptos participan en un complejo entramado histórico de diferencias, ausencias y "presencias diferidas" que, por otra parte, nunca han llegado a darse en estado puro. La consecuencia más importante de ello es que la palabra plena ni ha existido ni existirá jamás . Es decir, que el anhelo de un signo que sea plenamente descriptivo -o el de un lenguaje que se adecue sin fisuras a la realidad- se revela un sueño imposible.
La "escritura" que Derrida contrapone a la palabra, no sólo comprende "todos los procedimientos perdurables que instituyen el signo", sino que también recoge el "juego prescrito" ( le jeu reglée ) de las diferentes inscripciones. O sea que la "escritura" en modo alguno debe ser entendida como el resultado banal de la operación de escribir. Designa los procesos que regulan e institucionalizan toda simbolización y que son inevitablemente lábiles e indecidibles. Es decir, que Derrida convierte la "escritura" en el agente que regula todos los sistemas significantes, desde luego los de índole gráfica pero también los derivados de un desempeño oral. En general, la escritura organiza el "juego de referencias significantes" que da lugar al lenguaje. Por tanto es el factor decisivo en toda actuación simbólica, con independencia de que su cometido sea expresar, representar o significar. Por esta razón señala Derrida la paradoja eminente de que "la escritura incluye el lenguaje". En realidad, esta fórmula se limita a constatar que todo lenguaje es siempre un caso particular de escritura.
El núcleo central de la filosofía de Derrida lo constituyen sus programas de la deconstrucción (o desconstrucción) y de la différance .[iv]

Bibliografía:
-EL PENSAMIENTO DE JACQUES DERRIDA, Temakel, recuperado de:                  https://temakel.net/node/372

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